Solo en escena, el autor e intérprete se multiplica en cada uno de los diferentes personajes para revelar la energía creadora del poeta granadino. Un unipersonal magistralmente interpretado donde ser “distinto” conduce a la muerte, pero también a la capacidad de ser creador, y como tal, a trascender la desaparición física. Por eso, el grito de “Marica” lejos de ser un insulto en la boca del capitán asesino es un aullido de dignidad que se intensifica en el genial monólogo final donde queda claro que todos somos Marica.