En esta época de guerras, de pandemias, de crisis y de desgano, en este fin del mundo, nada es más urgente que volver a hacernos preguntas. Sólo así lo que se ve como final puede volver a ser lo que el apocalipsis siempre supuso: una oportunidad. Hacerse preguntas no nos brinda ninguna receta, sino que nos impulsa a no contentarnos con lo que se nos presenta como normalidad; el paso necesario para poder asumir la magnitud de la crisis que nos aqueja.
Deseamos, compramos, devoramos y, en ese proceso, caen bosques, arde la tierra, se torturan animales y se extinguen especies. Cada día que pasa así, sin cuestionar nada, separándonos de la naturaleza y reconociéndonos máquinas productivas, nos alienamos, nos enfermamos y nos entregamos a una realidad que nos arrolla. Cuestionar la forma que nos obliga a adoptar esta época, una brutal adaptación que lleva demasiados años y demasiado daño es tal vez la única posiblidad que tenemos para generar una resistencia contra las formas de normalización hegemónicas que la sostienen y devienen en esta destrucción de todo lo que está vivo que estamos protagonizando.