Lo hacen con la inapropiada excusa de ser conejos esta vez, conejitos que cuentan de manera anacrónica varias historias de amor. Nos sumergen en el mundo propuesto por Diane Arbus en los años sesenta, buscando crónicas de los llamados freaks. La incomparable fotógrafa de los “monstruos” pretendía devolver a sus modelos la identidad que la sociedad les había arrebatado. La empatía y la genuina curiosidad que los freaks despertaban en ella era algo que se transmitía en sus retratos.