Es entonces que el protagonista pasa revista a los principales puntos de argumentación por los que considera que no debe aceptar la invitación y de esa manera ilustra a la audiencia sobre la problemática contemporánea de los judíos fuera de Israel y sobre los problemas específicos que plantea para un judío la vida en un país cuya población vive bajo el peso psicológico de las consecuencias del nazismo.
No exenta de humor y a la vez de poseedora un gran peso dramático y una carga emotiva acorde al tema, Un judío común y corriente es el vehículo exacto para que Gerardo Romano vuelva a utilizar el formato de monólogo teatral y bajo la dirección de Manuel González Gil logren capturar el interés del público a lo largo de los 80 minutos de duración del espectáculo. La música original de Martín Bianchedi y la sintética y a la vez realista escenografía de Marcelo Valiente, contribuyen también a lograr el clima necesario para que con un sencillo vestuario y sin otro aditamento que el de una apropiada iluminación, Un judío común y corriente vaya directo al corazón de los espectadores.